Cuando era pequeño y vivía en Creta, Ioannis Ikonomou escuchaba a los turistas hablar en la playa. Aunque las palabras que oía no significaban nada para él, Ikonomou estaba decidido a buscar sentido a ese galimatías de diferentes sonidos. Cuando tenía cinco años, se hizo con un libro de texto alemán. Se sentó todo el día en la playa, inmerso en lo que estaba leyendo. Cuando se fue a casa, había captado los rudimentos de la gramática alemana. También estaba tan quemado por el sol que apenas podía moverse.
Cuarenta y dos años más tarde, Ikonomou, hablando ahora con soltura en 32 idiomas, vive en Bruselas, donde es el traductor estrella en el Parlamento Europeo. Si no supiéramos que es un mago del lenguaje, lo podríamos adivinar por las pilas de diccionarios que salpican su piso. En el rincón, la televisión muestra un programa chino con el volumen bajado.
Como corresponde a su profesión, Ikonomou tiene algunos hábitos de visionado extraños. Todas las noches, le gusta ver su programa de tertulia favorito ruso. Después, ve simultáneamente las noticias en español y en portugués antes de relajarse con un culebrón albano.
Ikonomou se describe como una personalidad dividida. “Hay una parte en mí que es como Indiana Jones,” comenta. “Siempre estoy esperando ir en busca de algo y sumergirme en otras culturas.”
Hay que decir que Ikonomou no se parece mucho a Indiana Jones: es un hombre de mediana edad, con entradas, con un estilo muy intenso. Pero aquí es donde entra el otro lado de su personalidad. Como admite con felicidad, “Hay también una parte de mí que es un poco gansa.”
Para cuando cumplió 10 años, Ikonomou había conquistado el inglés y el alemán y estaba haciendo ejercicios de calentamiento para comenzar el italiano. Ya resultaba claro que tenía una aptitud sorprendente para los idiomas, pero cree que había algo más que eso.
“Hasta donde yo me acuerdo, quería ser diferente. Quería a mis padres y a mi hermana, pero el mundo en el que vivían me parecía muy normal. Odiaba la idea de ser normal. Podía ver que aprender idiomas podía darme la llave a todos esos nuevos mundos.”
En lo que respecta a Ikonomou, aprender un idioma tiene mucho más que ver que dominar su vocabulario; tiene que ver con sumergirse en cada aspecto de la cultura de un país.
Cuando cumplió 18 años, se hizo amigo de algunos seguidores de Hare Krisha en un viaje a Londres. Volvió a casa armado con libros sánscritos Teach Yourself (Aprende por ti mismo) y una pila de CDs de música india, y rápidamente se convirtió en un vegetariano estricto; no tocó la carne durante los siguientes 18 años.
Poco después, se fue a Turquía. En ese tiempo, las relaciones diplomáticas entre Grecia y Turquía estaban en un punto particularmente bajo y resultaba insólito que un griego quisiese aprender turco. Ikonomou, sin embargo, estaba decidido a utilizar su capacidad lingüística para romper todas las barreras posibles.
“Visité la principal mezquita en Estambul y me quedé cuando comenzaron las oraciones. Miré lo que hacía la gente y empecé a imitarles muy torpemente. Después, todas estas personas me abrazaron. Eso me causó una gran impresión. Había supuesto que serían suspicaces, pero como pude explicar lo que estaba haciendo allí, no podían haber sido más agradables.”
Cuando Ikonomou salió de Turquía, inevitablemente hablaba con soltura el turco. Pero eso no era todo: también había aprendido turco otomano, el idioma administrativo del Imperio Otomano. “Ni siquiera los turcos lo entienden en estos tiempos, a menos que estudien árabe y persa.”
Después de tres años de estudiar lingüística en la Universidad Aristotélica de Tesalónica, la cuenta de idiomas que llevaba aprendidos ascendía a 12. Estos idiomas incluían el búlgaro, el servo-croata y el polaco. Después vino el chino, que inició sin darse cuenta jugando un día en el que tenía unas horas libres. “Me estaba suscribiendo a una revista de propaganda en idioma inglés llamada China Reconstructs (China reconstruye). Tenían unas lecciones básicas en chino en las páginas traseras y pensé que sería divertido si pudiese agrupar unas frases.”
¿Pero qué iba a hacer Ikonomou con todos estos idiomas? Aunque siempre había visto para sí mismo una carrera en lingüística, no tenía ninguna prisa por ponerse a trabajar en serio. “Tenía la suerte de que mis padres estaban en una situación bastante acomodada. De los veinte a los treinta años, pasé la mayor parte viajando y haciendo trabajos de postgraduado en los Estados Unidos. Después dio la casualidad de que la responsable de traducción del Parlamento Europeo había oído hablar de mí, y me preguntó si estaría interesado en trabajar allí.
Acabó siendo enviado a un curso de traducción simultánea en Tenerife que, comenta, es la cosa más estresante que he hecho nunca. “Solía despertarme en mitad de la noche con pesadillas sobre la incapacidad de seguir, o pensando: “Oh, Díos mío, se me ha escapado lo que ha dicho esa persona.” Pero, afortunadamente, pasé la prueba al final y vine a trabajar aquí a Bruselas.
Durante los años siguientes, Ikonomou fue intérprete de la mayoría de jefes de estado que vinieron a pronunciar un discurso en la UE: “Felipe González, Tony Blair, Helmut Kohl... Fui intérprete de todos ellos.” Pero mientras pasaba los días hablando suavemente al oído de todos ellos, Ikonomou nunca se reunió con ninguna de las personas para las que traducía.
“Siempre estaba encerrado en mi pequeña cabina, completamente invisible. Era una existencia muy extraña. Recuerdo que una vez compartí un ascensor con Tony Blair, pero, por supuesto, él no tenía ni idea de quién era yo.”
Aunque puede haber sido invisible para las personas para las que traducía, Ikonomou rápidamente se convirtió en una leyenda en Bruselas. La Comisión Europea bullía con lingüistas, pero no había nadie como él, nadie que pudiera hablar con soltura en esloveno, como él, en solo un mes. “Es cierto que encontré algo de celos. La mayoría de las personas fueron muy agradables, pero creo que algunas se sintieron un poco amenazadas.”
En 2002, Ikonomou dejó de ser intérprete y se convirtió en traductor. Esto implica que la mayoría de las veces está sentado en una oficina en Bruselas, traduciendo los documentos de la UE.
“Superficialmente, es bastante aburrido,” admite. “Pero si hago una sola cosa mal, puede tener consecuencias enormes. Actualmente, estoy traduciendo un documento de inglés a griego sobre inmigrantes ilegales menores de edad. Para la frase open-air facilities(instalaciones al aire libre), por ejemplo, existen muchas formas diferentes de decir eso en griego. Lo que escribo puede marcar la diferencia entre que estas personas sean puestas en un patio de detención o que se les permita jugar al fútbol.”
Recientemente ha vuelto de un curso intensivo de dos meses en Shangai, él es también el único traductor de la UE en el que se confía para traducir documentos de alto secreto en chino.
“No puedo hablar de la mayoría de los textos por razones de seguridad, pero la semana pasada hice una traducción de un documento sobre las rutas de la droga en el Sudeste Asiático. Podéis imaginaros los problemas que podrían ocasionarse si llegase a las manos equivocadas.”
De vez en cuando, mientras está sentado en su casa hojeando uno de sus diccionarios, o echando un ojo a las noticias en portugués, Ikonomou reflexiona sobre cuánto ha logrado por ser tan experto en idiomas.
“Creo que me ha aportado una tremenda percepción sobre cómo viven las personas y la forma en la que se comportan. No puede haber muchas personas que hayan podido conversar con prostitutas en Brasil y con profesores en Pakistán. Quizás no sea tan idealista como lo fui una vez. Aún así, sigo creyendo que muchos de los problemas del mundo surgen sencillamente porque las personas no se entienden.”
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