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sábado, 14 de julio de 2012



Berlín, 1901 - París, 1992) Actriz cinematográfica alemana. Hija de un policía y de una dama de buena cuna, desde muy pequeña recibió una formación muy severa que cuidaba tanto sus modales y educación como su manera de vestir. Esta formación y sus aptitudes musicales la introdujeron en el mundo del cine como miembro de orquestas que acompañaban a las proyecciones de cine mudo.


Con apenas 19 años (en este momento ya se presentaba como Marlene, nombre que le surgió de fusionar sus dos nombres: Maria y Magdalene) fue rechazada por el director teatral Max Reinhard cuando intentó entrar en la Deutsche Theaterschule, aunque dos años más tarde lo conseguiría, y durante un tiempo alternó sus clases con breves apariciones en otros espectáculos y algunas películas dirigidas por Georg Jacoby (Los hombres son como esto, 1922) o William Dieterle (Un hombre al borde del camino, 1923), entre otros. Se casó con Rudolf Sieber en 1924, tras conocerse en el rodaje de Tragedia de amor, de Joe May. Comenzó a ser reclamada para diversos papeles por directores como George W. Pabst (Bajo la máscara del placer, 1925), Alexander Korda (La moderna Du Barry, 1926) y Gustav Ucicky (Cuando la mujer pierde su camino, 1927).


Sin duda, el momento más importante de su carrera tuvo lugar cuando Joseph von Sternberg la llamó para interpretar el papel de Lola-Lola en El ángel azul (1930), una de las películas más importantes de ambos y de la historia del cine; una historia sobre la decadencia humana en la que Marlene/Lola demuestra una pasión encendida para todos los que se mueven a su alrededor.


El éxito y la popularidad que alcanzó tras el estreno de la película la llevó a Hollywood, en donde la Paramount la contrató para intervenir en Marruecos (1930) al lado de Gary Cooper, el galán del Estudio. Fueron dirigidos por Sternberg, quien la tuvo a sus órdenes en otras cinco películas más, cubriendo una de las etapas más interesantes de sus respectivas carreras y convirtiéndola, asimismo, en una de las actrices más taquilleras de la década de los treinta.

Si en cada uno de sus nuevos trabajos Sternberg supo descubrir en su actriz algún detalle diferente, el público la buscó siempre encantado por su deslumbrante presencia y su mágica expresión, sorprendiéndose con personajes como el de Shanghai Lily en El expreso de Shanghai (1932). Fueron unos años de creciente popularidad que finalizaron con la separación artística del director y la actriz.


Tras este idilio creativo, Marlene inició una nueva etapa en la que trabajó con directores como Frank Borzage (Deseo, 1936), Richard Boleslawski (El jardín de Alá, 1936; trabajo por el que cobró uno de los salarios más altos del momento) y Ernst Lubitsch (Angel, 1937). A lo largo de los años cuarenta trabajó en todo tipo de producciones, especialmente en westerns como Arizona (1939), de George Marshall, o Los usurpadores (1942), de Ray Enright, junto a James Stewart y John Wayne.


Antes de la Segunda Guerra Mundial obtuvo la nacionalidad estadounidense, gesto que le hizo participar activamente en la venta de bonos y formar parte de las comitivas de artistas que se desplazaron al frente durante la contienda. A lo largo de los años cincuenta sus apariciones en cine fueron más esporádicas; apenas destacan sus trabajos en Pánico en la escena (1950), de Alfred Hitchcock, y Encubridora (1952), de Fritz Lang, uno de su western más especiales.


Sus apariciones posteriores dejaron la impresión agridulce de quien supo dar todo lo mejor de sí en papeles en donde la belleza, marchita ya por el paso del tiempo, transmite una cierta añoranza de tiempos mejores. Es así como se recuerda su trabajo, siempre efectivo, en Testigo de cargo (1957), de Billy Wilder; Sed de mal (1958), de Orson Welles; y ¿Vencedores o vencidos? (1961), de Stanley Kramer. En los primeros años sesenta decidió abandonar prácticamente el mundo del cine, dedicándose con intensidad a la música, actuando en directo y grabando numerosos discos tanto en Europa como en Estados Unidos.


Marlene Dietrich se convirtió en uno de los mitos del cine, y como tal fue reverenciada por muchos espectadores que acudieron en masa a ver todas sus películas; fue una actriz con gran variedad de registros expresivos que engrandeció con sus canciones y actuaciones de baile. Por su fascinante personalidad (arrolladora en muchos instantes de su vida), se convirtió en la mujer fatal arrebatadora y enigmática que, más allá de representar en sus papeles, interpretaba durante su propia vida. Sus hermosas piernas y la voz ronca han quedado como iconos (visuales y sonoros) representativos de una trayectoria que se movió en los márgenes de un romanticismo abocado, irremediablemente, a la fatalidad.

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