Es común que cuando alguien vive uno de esos feos momentos donde las desgracias se suceden una tras otra, se diga que le han tocado "las siete plagas de Egipto". Pero pocos las conocen. Para comenzar, no son siete sino diez, ignorándose por qué el decir popular las devaluó rebajándolas. Son bíblicas y se originan cuando Yahveh, Dios para los hebreos, envía a Moisés y Aarón a convencer al faraón egipcio que permita emigrar al pueblo de Israel. El monarca se niega y, en cada una de esas negaciones, se le envía un castigo para que aprenda.
La primera plaga es transformar el Nilo en un río de sangre, de acuerdo al relato del Antiguo Testamento, contaminando las aguas e impidiendo que puedan beberse.
La segunda es una invasión de ranas que cubren el territorio egipcio y cada casa, incluyendo al palacio.
La tercera es transformar el polvo en millones de mosquitos que atacan impiadosos a las personas y los animales, salvo a los israelíes.
Como el faraón no aflojaba, vino la cuarta, que consiste en una invasión de tábanos implacables.
Luego la quinta, una peste que extermina a casi todas las vacas, caballos y ovejas, menos las de los hebreos.
La sexta es un hollín que cae del cielo provocando pústulas y llagas en todos los hombres, con excepción de los del pueblo de Israel.
La séptima es una lluvia de granizo mezclado con fuego que destruye a la región. Y el faraón seguía sin acceder.
La octava es una nueva invasión, esta vez de langostas voraces.
La novena es sumir a Egipto en una tiniebla total que dura tres días y que impide ver a un metro de distancia.
Y la décima, la muerte de todos los primogénitos (los hijos mayores) de los egipcios. Le cae hasta al hijo del faraón que, ya vencido, termina aceptando el éxodo judío y convencido del poder del Pueblo de Dios.
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