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viernes, 12 de marzo de 2010

UN ENSAYO REAL SOBRE LA ESTUPIDEZ Y LOS ESTÚPIDOS POR INGER ENKVIST, CATEDRÁTICA DE LA UNIVERSIDAD DE GOTENBURGO

 
Hoy en día hablamos de manera continua en términos de educación, de progreso científico y de mejoras de distinta naturaleza, pero ¿realmente existe dicho progreso? Con la ayuda de pensadores españo­les y francófonos, este texto propone una reflexión sobre el concepto de la estupidez y la influencia del fenómeno en diferentes campos.
 Para comenzar, acudo al pensador francés Jean-Michel Couvreur que introduce una primera distinción a tener en cuenta cuando propone ha­blar de «ininteligencia» a propósito del niño pequeño que todavía no ha madurado lo suficiente como para lograr poseer inteligencia. De igual forma, se debe también distinguir la estupidez de la simple igno­rancia cuando ésta radica en la mera falta de información sobre alguna cuestión que una persona tampoco pretende o debe conocer. La verda­dera estupidez se caracteriza por la ausencia de un conocimiento que se debería poseer o, aún más, que se pretende conocer y, además, no exis­te en el sujeto una preocupación por cubrir esta carencia. Para Couvreur, en definitiva, la estupidez consiste en una inmovilidad intelectual que corresponde a un suicidio intelectual.
 En opinión de Jacques Barzun, historiador de la cultura y decano en la Universidad de Columbia, la inteligencia es individual pero el inte­lecto es colectivo porque necesita una tradición, una educación, una red de bibliotecas y revistas y unas instituciones como las universidades. Barzun ha observado la presencia de un profundo «antiintelectualismo» en los países occidentales durante el siglo xx. Cree que lo que atrae a las masas es el arte y no la ciencia. La idea de que tiene poca importancia el sentido de una obra o de una expresión se ha extendido cada vez a más áreas. Los jóvenes no reciben una educación intelectual adecuada porque no se les obliga a trabajar sobre materiales intelectuales. Incluso entre los que se consideran intelectuales reina la confusión. Piensan en sí mismos como intelectuales pero quieren vivir como artistas, dice Barzun.
 El historiador francés afincado en Nueva York afirma que los jóvenes están más influidos por los medios de comunicación que por la escuela y que, como todo lo que ocurre en los medios se debe poder entender en­seguida, no dan ninguna importancia a la irrelevancia propia de la ma­yoría de los contenidos difundidos. Los jóvenes no descubren el valor de los conocimientos y, de esta manera, la educación llamada democrática lleva a una actitud escéptica, negativa, reacia al esfuerzo. El lema de al­gunos alumnos frente el profesor parece ser: «Enséñame si puedes!». Frente a esto, un país que quiera tener ciudadanos inteligentes deberá cui­dar de sus instituciones intelectuales y en primer lugar de su escuela.
El filósofo francés Adam realizó hace varias décadas un estudio sobre «la estupidez»en el que enumera algunas características del sujeto-el estúpido-- que se caracteriza por ostentar dicha «virtud»:

No se interesa por el conocimiento.
No acepta el esfuerzo.
No toma en cuenta la realidad.
Sus limitaciones no le molestan sino que es feliz en su estado.

En lo epistemológico, el estúpido da importancia a lo que no la tiene, a lo fútil, lo evanescente. Explica fenómenos banales que no ne­cesitan explicación. No aprende cosas nuevas sino que se repite. En una discusión, no se apoya en argumentos. Le gusta lo superficial y no echa de menos otras dimensiones del pensamiento.
 En lo social, el estúpido usa las palabras sin poner atención en su sentido. Se niega a prestar atención a las razones expuestas por los otros. No toma en cuenta la realidad.
 Convierte en víctimas a las per­sonas sensatas, expuestas a su torrente de palabras. Adam no duda en calificar la estupidez como una agresión contra la sociedad. El estúpido llega a ejercer un «terrorismo intelectual» sobre su entorno porque, en la conversación, impone lo irrele­vante, salta entre temas y conti­nuamente se autoelogia.
 El ser inteligente, por el contra­rio, muestra una disponibilidad hacia lo real. Adam subraya que re­conocer las limitaciones propias en cuanto a los conocimientos es estar ya en camino de aprender. De igual modo, reconocer un error moral es el acto de un ser moralmente superior. El uso de la razón y de la moral es lo que posibilita un verdadero encuentro entre las mentes.

UNA GUÍA RÁPIDA PARA CONOCER A LOS ESTÚPIDOS

 Los estúpidos no se intere­san por la realidad. Se «des­conectan» de ella de mane­ra activa y militante, reemplazando el mundo por su propia actitud frente al mundo. No se interesan por los datos precisos, por los diferentes niveles de abstracción, ni tampoco por las posibles perspectivas divergentes. La tendencia de los estúpidos es creerse el centro del universo, y una conver­sación es para ellos en primer lugar una posibilidad de decir su opinión. Hablan de sí mismos. Es un tema en el que no necesitan realizar una in­vestigación previa y en el que son expertos.

El ensayo completo se puede ver en:   http://www.acesc.net/Ienkvist2.htm
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